Creo que la naturalidad me la dio el tiempo.
Así que no pienses que yo acepté esta malformación desde el primer momento. No. No fue así. Necesité mi tiempo.
Después del choque inicial lo acepté sin ser realmente consciente, y evitando pensar hasta que mi hijo naciera.
Te recuerdo que el diagnóstico de los pies equinovaros nos lo dieron en la ecografía de las veinte semanas de embarazo. Si no lo has leído, escribí nuestra experiencia en el post El principio: el Diagnóstico prenatal
Durante el resto del embarazo intenté informarme todo lo que pude, sin mucho éxito, todo hay que decirlo, porque ni conocía a nadie que pudiera hacerlo, ni encontré en internet información que me ayudase de verdad. Año 2011. En aquel momento no la había.
Y cuando nació creo que no tuve tiempo.
El parto fue muy duro, además de devastador. Así que entre los dolores, la incredulidad de mi reciente maternidad y la felicidad… no pude pensar demasiado. Ni concienciarme.
Y ya no pudimos parar.
Sus primeros días estuvieron cargados de citas médicas por un motivo o por otro. Y yo apenas podía moverme. Necesitaba cuidados y tenía que cuidar.
Esa fue mi prioridad entonces. Cuidarlo y protegerlo.
Y no, no me gustaba que lo viesen. Y me molestaba y dolían los comentarios que algunas personas me hacían respecto a este tema.
Su causa… vinculándola a mí.
Su evolución… Su compasión…
Y a su vez también me molestaba el que no le dieran la importancia que tenía. Y esto, para sernos sinceros, me sigue molestando.
Esa ligereza de diagnóstico de calle, en la que faltan tantos datos que duelen mucho. Sólo quien conoce de cerca la malformación y lo que implica te entiende. O quien ha visto los pies sin tratar.
Pero, pasados los primeros meses, nos acostumbramos a nuestra realidad. Y empezamos a aceptarla, disfrutando de nuestro hijo con naturalidad dentro y fuera de casa. Aceptamos la malformación, las escayolas y la férula Dennis-Brown.
Lo aceptamos todo como parte de su proceso de corrección.
No teníamos otra alternativa… Disfrutar viviendo o no disfrutar. Decidimos disfrutar.
Disfrutar de nuestro hijo y esforzarnos en que fuera feliz con su realidad. Y así creció.
Y dejaron de importarnos las miradas, los comentarios… Y empezamos a vivir nuestra realidad con naturalidad, siendo felices, inmensamente felices con nuestro hijo creciendo sano.
Tiempo después, cuando creé este blog, empecé una aceptación más profunda sin saberlo. Empecé a vivirlo con mayor naturalidad, a reivindicarlo y a empatizar y ayudar a otras familias sin darme cuenta.
Y entonces llegó el retroceso… Algo para lo que ninguno estábamos preparados. Y fue durísimo.
Han sido tres años durísimos durante los que hemos intentado primero evitar la operación, y después vivirla con todo lo que implicó… Para terminar publicando el cuento de La fuerza de mis pies con este trocito de nuestra historia en la que muchas familias pueden sentirse reflejadas.
Y aquí, en este punto, es donde realmente he tomado plena consciencia de la malformación de mi hijo.
Me toca el corazón hasta lo más profundo, y creo que por eso siempre habrá algo que me haga ir hacia más adentro de mí… Pero también sé que precisamente por eso y por todo lo que hemos vivido cada vez vivo con mayor naturalidad, ganas de reivindicar y ayudar.
Por eso, quizás, ya no tengo miedo de mostrar mi realidad. Me hago vulnerable y ya no necesito esconderme.
Ahora sí puedo dar gracias a la vida. Y a mis hijos.
Feliz día,
Si te ha gustado este post (o cualquier otro), me ayudarás compartiéndolo para dar más visibilidad. Compartir es vivir, y a mí me ayuda un montón 🙂
Puedes inscribirte en el blog y recibir contenido exclusivo (como una guía básica sobre el pie zambo)
Contenido relacionado